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sábado, 13 de diciembre de 2014

Cuarta parte. Ocho. 5

–¿Queda mucho?
Bea se volvió a mirar a Sara, apartando la vista de la calle. La mirada de la niña le indicó que ya no lo era, no después de lo que había vivido en los últimos tres meses, pero, sobre todo, en los últimos tres días.
–¿Para qué, cariño? –preguntó, a su vez.
–Para marcharnos…
A Bea le emocionaba la inocencia de Sara, a pesar de todo. ¿Para qué mentirle?
–No nos podemos ir… todavía, Sara.
–¿Estamos esperando a Toni?
De nuevo, esa candidez inusitada, ese «no comprender» correctamente la realidad, pensó Bea. O quizá fuera otra cosa, y ella no lo veía. Puede que al fin y al cabo la educación recibida por sus padres, testigos de Jehová, influyera en exceso en la percepción ligeramente distorsionada y buenista que Sara tenía del mundo, de la realidad, la puta realidad…
–Sí, estamos esperando a Toni… –«aunque no volverá», ahora sí mintió, deliberadamente. No tenía derecho a destruir las pocas esperanzas que aún albergaba Sara respecto a su situación y a las personas que componían el grupo
Sara asintió, como si comprendiera y se hiciera cargo. Miró al amasijo que las cortinas formaban en el suelo, envolviendo el cadáver del hombre malo; y la mancha de sangre oscura, casi negra, que empapaba una parte de la tela, cubriendo en su avance la zona inmediata del suelo de tarima de la habitación. La visión de tan deprimente escena la desagradó, y buscó, una vez más, el calor de la enfermera, abrazándose a su cintura.
–Eres muy valiente, Sara, mucho… Yo no habría sabido cuidar tan bien de Juan… –Bea le acariciaba el cabello, largo y claro, conteniendo una única lágrima que no quiso, finalmente, brotar.
Entre el rumor infernal del eterno gemido que lo inundaba todo, y por encima del continuo golpeteo contra la puerta, comenzó a escucharse otra cosa, un ruido al principio amortiguado, que se confundía con el del macabro ambiente del centro del pueblo. Luego, poco a poco, fue creciendo, dominando al gemir incesante de los muertos. Los cristales del balcón temblaron, y el ruido de un potente motor llegó hasta la habitación con más nitidez.


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