Entre
sombríos pensamientos, pese a la jocosidad del vasco, llegaron por fin al
caserío. Toni se acordaba de la casona. Había dos caseríos casi juntos, al otro lado de la
carretera desde donde él había preparado la engañifa a los muertos. Una valla
metálica los separaba, y rodeaba, también, todo el perímetro de ambos.
–Aquí
habrás podido sobrevivir sin muchos sobresaltos, ¿no?
El vasco
se tomó su tiempo para responder. No era un hombre que se apresurara demasiado,
no.
–Bueno, he
ido tirando… La valla ha hecho mucho, claro. Y, además, no solían acercarse
demasiado, se quedaban por ahí, entre el atasco del cruce…
Toni
reparó de pronto en un aspecto que le había intrigado desde el principio. Hasta
que Txerran apareció detrás de él, no
había visto a ningún otro superviviente.
–¿No queda
nadie más en el pueblo?
Esta vez
el vasco sí que respondió inmediatamente, como si le hubieran pinchado el
trasero con un tenedor extremadamente puntiagudo.
–¡Ya lo
creo! No te habrás fijado, hijo, pero detrás de las ventanas había ojos que nos
miraban. Y no pocos.
–Y, ¿no
intentan nada para mejorar su situación? ¿No se ponen de acuerdo para huir, o
para eliminar a los muertos?
El hombre
hizo un gesto de desagrado con la boca, chascando al mismo tiempo la lengua.
Habían llegado a la puerta de la valla. La abrió y la corrió hacia la derecha, y
subieron el corto camino hasta el caserío.
–¿Éstos? En
el pueblo había buena gente… y mala; como en todas partes, supongo. Por
desgracia, la mayor parte de los que han sobrevivido, y algo tendrá que ver en
ello, son unos miserables cobardes. Incluso muertos y resucitados no tendrían
entre todos el valor de medio hombre… Son bastantes, te lo aseguro –resoplaba
subiendo la pequeña cuesta asfaltada–. Pero no harán nada por nadie, y mucho
menos por mí. Se limitan a cagarse sobre su propia mierda y a comérsela…
Cualquier cosa antes que dar la cara y enfrentarse a su miserable vida…
Llegaron a
la casa. El vasco, en vez de entrar, la rodeó y se dirigió a la nave cubierta
adosada a ella. Con un gesto grandilocuente, le ofreció a Toni el espectáculo.
En el caserío de al lado, unas cuantas ovejas triscaban hierba.
–Aquí
está. ¿Qué te parece?
Toni miró
el enorme tractor que estaba aparcado en la nave, y el remolque al lado. Nunca
había visto un tractor tan grande. En realidad, jamás había visto uno de
verdad, solo en películas. Pero le pareció grande. Solo las ruedas eran tan
altas como el vasco. Era verde y parecía bastante nuevo. Tenía una cabina
acristalada cerrada. El vasco subió los cinco peldaños de la escalerilla, abrió
la portezuela, y se sentó al volante. Desde allí, miró a Toni con cierto aire
orgulloso.
–Es una
máquina perfecta: un John Deere 9630 de 560 caballos. No verás muchos en todo
el país, hijo… No lo uso desde…, bueno, desde eso. No me dio tiempo a
amortizarlo… Pero lo arranco de vez en cuando. Nunca se sabe…
El rugido
del motor era increíblemente silencioso. El tipo maniobró hasta colocar el
tractor delante del remolque. Después se bajó, lo enganchó, y se dirigió a
Toni.
–Bueno,
hijo. Tendrás que subir al remolque. Desde ahí podrás manejar la situación con
eso –señaló el HK–. Cuando lleguemos, no habrá demasiado tiempo, porque vamos a
hacer mucho ruido... Espero que tus amigas, si están vivas, anden atentas...
Toni trepó
al remolque, y se dio cuenta de que era tan alto que ningún deambulante podría subir
jamás. Se sintió seguro. Empuñó el fusil, comprobó el cargador y el cierre, y
se fijó en lo que había al fondo: un gran depósito portátil de plástico negro.
Se acercó y lo empujó levemente. Estaba lleno, y en la parte inferior tenía una
especie de dosificador, un grifo o algo parecido, de modo que se podía vaciar
completamente por gravedad. El vasco pareció, una vez más, adivinarle el pensamiento.
–250
litros de gasolina… Estuve haciendo la compra
en la gasolinera de ahí delante estas últimas semanas… Cuando te haga una
señal, baja el portón trasero del remolque y abre el grifo. Ya verás…
–¿Qué
pretendes?
El hombre
le enseño una caja de cerillas y se la lanzó, al tiempo que aceleraba el
monstruo mecánico. Toni por poco se cae de espaldas debido al brusco acelerón.
El vasco arrancó, emitiendo al mismo tiempo lo que parecía un grito de guerra.
–¡Vamos a
quemar el puto pueblo!
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