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jueves, 11 de diciembre de 2014

Cuarta parte. Ocho. 4

Entre sombríos pensamientos, pese a la jocosidad del vasco, llegaron por fin al caserío. Toni se acordaba de la casona. Había dos caseríos casi juntos, al otro lado de la carretera desde donde él había preparado la engañifa a los muertos. Una valla metálica los separaba, y rodeaba, también, todo el perímetro de ambos.
–Aquí habrás podido sobrevivir sin muchos sobresaltos, ¿no?
El vasco se tomó su tiempo para responder. No era un hombre que se apresurara demasiado, no.
–Bueno, he ido tirando… La valla ha hecho mucho, claro. Y, además, no solían acercarse demasiado, se quedaban por ahí, entre el atasco del cruce…
Toni reparó de pronto en un aspecto que le había intrigado desde el principio. Hasta que Txerran apareció detrás de él, no había visto a ningún otro superviviente.
–¿No queda nadie más en el pueblo?
Esta vez el vasco sí que respondió inmediatamente, como si le hubieran pinchado el trasero con un tenedor extremadamente puntiagudo.
–¡Ya lo creo! No te habrás fijado, hijo, pero detrás de las ventanas había ojos que nos miraban. Y no pocos.
–Y, ¿no intentan nada para mejorar su situación? ¿No se ponen de acuerdo para huir, o para eliminar a los muertos?
El hombre hizo un gesto de desagrado con la boca, chascando al mismo tiempo la lengua. Habían llegado a la puerta de la valla. La abrió y la corrió hacia la derecha, y subieron el corto camino hasta el caserío.
–¿Éstos? En el pueblo había buena gente… y mala; como en todas partes, supongo. Por desgracia, la mayor parte de los que han sobrevivido, y algo tendrá que ver en ello, son unos miserables cobardes. Incluso muertos y resucitados no tendrían entre todos el valor de medio hombre… Son bastantes, te lo aseguro –resoplaba subiendo la pequeña cuesta asfaltada–. Pero no harán nada por nadie, y mucho menos por mí. Se limitan a cagarse sobre su propia mierda y a comérsela… Cualquier cosa antes que dar la cara y enfrentarse a su miserable vida…
Llegaron a la casa. El vasco, en vez de entrar, la rodeó y se dirigió a la nave cubierta adosada a ella. Con un gesto grandilocuente, le ofreció a Toni el espectáculo. En el caserío de al lado, unas cuantas ovejas triscaban hierba.
–Aquí está. ¿Qué te parece?
Toni miró el enorme tractor que estaba aparcado en la nave, y el remolque al lado. Nunca había visto un tractor tan grande. En realidad, jamás había visto uno de verdad, solo en películas. Pero le pareció grande. Solo las ruedas eran tan altas como el vasco. Era verde y parecía bastante nuevo. Tenía una cabina acristalada cerrada. El vasco subió los cinco peldaños de la escalerilla, abrió la portezuela, y se sentó al volante. Desde allí, miró a Toni con cierto aire orgulloso.
–Es una máquina perfecta: un John Deere 9630 de 560 caballos. No verás muchos en todo el país, hijo… No lo uso desde…, bueno, desde eso. No me dio tiempo a amortizarlo… Pero lo arranco de vez en cuando. Nunca se sabe…
El rugido del motor era increíblemente silencioso. El tipo maniobró hasta colocar el tractor delante del remolque. Después se bajó, lo enganchó, y se dirigió a Toni.
–Bueno, hijo. Tendrás que subir al remolque. Desde ahí podrás manejar la situación con eso –señaló el HK–. Cuando lleguemos, no habrá demasiado tiempo, porque vamos a hacer mucho ruido... Espero que tus amigas, si están vivas, anden atentas...
Toni trepó al remolque, y se dio cuenta de que era tan alto que ningún deambulante podría subir jamás. Se sintió seguro. Empuñó el fusil, comprobó el cargador y el cierre, y se fijó en lo que había al fondo: un gran depósito portátil de plástico negro. Se acercó y lo empujó levemente. Estaba lleno, y en la parte inferior tenía una especie de dosificador, un grifo o algo parecido, de modo que se podía vaciar completamente por gravedad. El vasco pareció, una vez más, adivinarle el pensamiento.
–250 litros de gasolina… Estuve haciendo la compra en la gasolinera de ahí delante estas últimas semanas… Cuando te haga una señal, baja el portón trasero del remolque y abre el grifo. Ya verás…
–¿Qué pretendes?
El hombre le enseño una caja de cerillas y se la lanzó, al tiempo que aceleraba el monstruo mecánico. Toni por poco se cae de espaldas debido al brusco acelerón. El vasco arrancó, emitiendo al mismo tiempo lo que parecía un grito de guerra.
–¡Vamos a quemar el puto pueblo!


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