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martes, 9 de diciembre de 2014

Cuarta parte. Ocho. 3

El vasco era un tipo resuelto, pensó Toni. Decidido y directo, sin estériles complicaciones mentales. Más o menos como él. Caminaba como un grandullón desenfadado, con paso largo pero, al mismo tiempo, tranquilo. Vestía, además de la txapela, unos buenos pantalones de pana marrones oscuros, y una gruesa pelliza de piel, y calzaba botas de montaña.
Por el camino le dijo que vivía en un caserío a la entrada de Munguía, justo en la bifurcación de la carretera, donde Toni había actuado sobre la horda de muertos para asegurarle al resto del grupo un paso franco. Desde allí había visto en primera fila todo el desarrollo de los acontecimientos, desde su sigilosa llegada, su estudio del terreno, el lanzamiento de la granada, el éxodo de los muertos hacia el lugar de la explosión, la manera en que se había escondido cuando llegó el blindado y, por último, sus cavilaciones y su lucha con el deambulante. Después, simplemente le había seguido hasta el pueblo…
–Entonces, ¿sabías que estaba en ese pozo? ¿Y no hiciste nada?
–Tranquilo, hijo, tranquilo… –trató de calmarlo–. ¿Qué podía hacer yo frente a cientos de bichos? Además, tú estabas a salvo ahí abajo…
–¿Y qué vas a poder hacer ahora, entonces? La situación no es muy diferente…
Txerran se rascó la cabeza por encima de la txapela, mirando a Toni, que caminaba a su lado, de reojo. Le sacaba al chaval unos veinte centímetros de altura y, por lo menos, cuarenta kilos de peso. Se paró de repente.
–¿Tú no comes?
Toni se detuvo también, perplejo. El vasco le desconcertaba casi con cada palabra que pronunciaba. O estaba loco o se lo hacía. O las dos cosas a la vez. Se apretó el brazo. Lo notaba ardiendo, y le picaba muchísimo. Comenzó distraídamente a rascarse, subiendo sin querer la manga de la cazadora y dejando al descubierto parte del vendaje…
–No me estás contestando…
–Que sí, que sí… ¡Joder con el chico! –reinició la marcha, a poca distancia ya de la salida del pueblo–. ¡Vamos, pues!
El vasco, que había reparado en el vendaje que cubría el brazo de Toni, le dirigió varias miradas entre comprensivas y curiosas. El chaval se dio cuenta de la mirada intrigada del hombre, pero no dijo nada. Fue Txerran quien habló.
–Te mordieron, ¿eh?
Toni se detuvo, y le miró desafiante, poniendo la mano en el mango de su hacha. El vasco también se había parado, y le contemplaba con aire risueño, los brazos en jarras y la colilla del puro colgado de su labio inferior, sujeto a él como si estuviera pegado con cola.
–¿Eso cambia las cosas? –preguntó Toni.
El vasco lanzó una estruendosa carcajada, le dio una amistosa palmada en el hombro, y reinició la marcha. Aún siguió riéndose un rato, mientras mascullaba entre los dientes y el puro:
–En nada hijo, en nada. Tú no te preocupes, que si te mueres, ya me encargo yo de retorcerte bien el pescuezo, como a las gallinas…

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