Dos
disparos, en una rapidísima sucesión, cortaron por la mitad el denso silencio
de la mañana. Toni no sintió el primero, pero el segundo le dio de lleno en el
hombro, tumbándolo bruscamente. Cayó sobre el asfalto mientras soltaba a Juan y
al mismo tiempo que un terrible latigazo de dolor inundaba su cerebro. Durante
un eterno segundo, las tres mujeres se quedaron paralizadas por la sorpresa.
Bea miraba a Toni, caído en el suelo, pero su cerebro parecía no entender lo que los
ojos le transmitían. Vicky, reaccionando por fin, se apresuró a recoger a su
hijo, lanzándose con él en brazos hacia la cuneta, al pie de la vegetación que
les ocultaba el caserío. Solo entonces, cuando le tuvo contra su pecho, se dio
cuenta de que el niño estaba muerto. El primer disparo le había atravesado la
cabeza, y su sangre empapaba la cazadora de su madre…
Bea, por
fin, asimiló lo sucedido, y, tras empujar a Sara contra la cuneta en la que se
había refugiado Vicky, agarró a Toni de una bota y lo arrastró hacia allí.
Antes de ver cómo estaba, armó su HK y soltó una pequeña ráfaga en dirección al
caserío, de donde habían provenido los disparos. No habían sido tiros de
escopeta, sino de fusil de caza, porque no eran postas sino balas las que habían
impactado en los cuerpos de Toni y de Juan.
–¡Sigan su
camino! ¿Oyeron?
Un gran
vozarrón de hombre acababa de anunciarles que no eran bien recibidos, por si
acaso los disparos no hubieran sido lo suficientemente elocuentes. Bea sentía
subir la presión en su interior. Se arrastró medio metro, tratando de encontrar
mejor posición de tiro. Pero no lograba ver nada más que la difusa silueta del
tejado del caserío a través de los árboles…
–¡No somos
muertos…! ¡Nos han herido! –gritó Bea, tratando de fijar la posición del
tirador.
Nadie
respondió. ¿Habría más de uno, allá arriba? Luego, tras unos segundos durante
los cuales Bea tuvo que oír los sollozos de Vicky mientras acunaba el cadáver
de su hijo, de nuevo la voz del mismo hombre respondió.
–¡Los confundimos…!
¡Pero aquí no hay nada para ustedes! ¡No se acerquen más! ¡Váyanse! ¡Váyanse!
Siguió lo
que parecía una conversación entre dos hombres, en voz más baja, pero en vasco,
de modo que no pudieron entender nada. Bea, de todas formas, creía haberlos
localizado: no estaban en el caserío sino fuera, en lo alto del sendero que
moría a los pies de la curva, donde ellos estaban, apenas protegidos por la
maleza de la cuneta. Intentó reptar para mejorar su posición. Y entonces, una
mano agarró su pierna. Se volvió, sin comprender, y vio a Toni, que le hablaba
con voz apagada.
–Bea,
déjalo… Abandona tu ira. No podrás con ellos… tienen buena puntería…
–Pero,
entonces, ¿qué hacemos? Estás herido, necesitas atención, y no tengo ni
siquiera tiritas…
La
enfermera se inclinó sobre Toni y le examinó el hombro. Le dio la vuelta
ligeramente, palpándole el omóplato. No había orificio de salida, el proyectil
estaba alojado, quizá interesando el hueso… Toni apretó los dientes, aguantando
un gemido de dolor cuando Bea le tocó.
–Tengo que
extraerte la bala, Toni… –dijo Bea, pensando inmediatamente en el afiladísimo
cuchillo de combate del chaval.
–No… no
hay tiempo, ahora no… tendría una hemorragia –Toni sabía algo de heridas;
levantó ligeramente la cabeza, con una débil sonrisa irónica en el rostro–, y
no veo por aquí al equipo de emergencias…
Bea se
mesó el cabello con ambas manos. Había dejado el fusil en el suelo. Los del
caserío no parecían constituir una amenaza, aparte del daño que ya les habían
causado. Miró a Vicky, que abrazaba a su hijito muerto. Sintió una lástima
infinita. Esa mujer había perdido, en el transcurso de unos pocos días, a su
marido, a su hermana y a sus dos hijos. ¿Qué más podía pasarle?
Toni se
incorporó, usando su fusil como muleta. Bea le ayudó inmediatamente, sin
comprender muy bien el movimiento del de Malasaña. ¿Adónde iba?
–¿Qué te
propones? –le preguntó.
–Vamos.
Hay que continuar, o nunca llegaremos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario