Bea era
una andarina vocacional. Solía dar largos paseos siempre que podía, por la
ciudad y, con mayor gusto, por el campo. Sin embargo, el viaje que hacía apenas
media hora que habían emprendido no se parecía en nada a las caminatas con las
que tanto disfrutaba. Era lógico que así fuera, a poco que reflexionara sobre
ello: ¿cómo habría de ser igual un paseo por la senda del río, con una
temperatura agradable, sin peso extra, sin preocupaciones, sabiendo que, a su
regreso, una cena caliente le esperaba en casa, que caminar teniendo que mirar
continuamente atrás, pensando que cada paso podría ser el último, encabezando
una penosa comitiva de heridos y niños, con no más de 5 o 6 grados pese a que el
sol aparecía nítido en un cielo azulísimo, cargados con fusiles de combate, sin
más aliciente que vivir un minuto más, un día más, y sin ninguna expectativa de
alcanzar un destino seguro, un final cierto?
Le daba
vértigo solo pensarlo, de modo que dejó de hacerlo. Lo único que tenía sentido
ese día era andar, andar hacia delante, intentar llegar a Lemóniz, hubiera allí
lo que hubiera. Y, si no había nada, darse un tiro mirando al mar… A su lado,
Toni caminaba renqueante, no solo por la infección que le causaba
debilitamiento, sino porque, además, llevaba a cuestas a Juan; el pequeño, sin
la alimentación y el descanso necesarios, estaba tardando en recuperarse, y sus
fuerzas eran pocas, apenas las necesarias para agarrarse al cuello de Toni
mientras se dejaba llevar.
¿Cuánto
habrían avanzado? Hacía algo más de media hora que partieron desde lo alto de
la carretera que cruzaba la autovía. En circunstancias normales, ella podía
recorrer, sin ir demasiado aprisa, unos 5 km a la hora. Miró de soslayo a sus
compañeros: parecían agotados, caminaban tensos, expectantes, temiendo cada
ruido que el escaso viento provocaba en la vegetación que les acompañaba a lo
largo de la carretera… Bea no creyó que hubieran avanzado más de un kilómetro… Calculó,
a ese ritmo, una media de 2 km por hora, con suerte, y siempre que no tuvieran
que desviarse mucho, lo que daba un total de entre cinco y seis horas de
marcha. Además, tendrían que parar a descansar, sobre todo Toni… Miró al cielo,
al lugar que ocupaba el sol en plena declinación… Se les iba a hacer de noche. Tendrían
que buscar algún sitio donde meterse, y continuar por la mañana. Caminaban por
la carretera. Aunque el vasco les había dicho que era más seguro a campo traviesa, Bea no lo tenía tan claro. Quizá si les hubiera acompañado alguien con
el suficiente conocimiento del territorio, habrían podido alejarse de la
carretera, pero ella, incluso con la ayuda del mapa, probablemente tuviera que
esforzarse para seguir la ruta correcta sin perderse… De modo que no entraba en
sus cálculos abandonar la carretera, a pesar de todo.
Bea se
paró. Acababan de llegar a un cruce con otra carretera. Miró el mapa, y luego
un indicador: a Gorliz 9 km. Por ahí tenía que ser. Al menos, de momento. No
habían dejado de ver caseríos salpicando la vía, o grupos de casas aisladas,
pero no se había atrevido a inspeccionar ninguna, porque no contaban con una
salida rápida en coche en caso de que surgieran problemas. Lo único que podían
hacer, si había peligro, era correr. «¿En serio?», se preguntó, desafiando con su insólito humor los negros presagios de la situación en que se hallaban. «Por supuesto que no», se vio obligada, finalmente, a responderse: apenas les
llegaban las fuerzas para andar, ¿cómo iban a correr? Solo podían suplicar que
no sucediera nada…
–Quizá
podríamos pasar la noche ahí, si te parece…
Toni sabía
que no iban a poder seguir avanzando de noche; además de peligroso, lo más
probable es que se perdieran, en un mundo sin más luz nocturna que la de las
estrellas. Ni siquiera la luna estaba de su parte… Bea no perdió demasiado
tiempo en mirar el caserío que Toni le señalaba, justo al borde de la carretera
y apenas a 20 metros delante de ellos.
–No sé,
Toni, acuérdate del caserío de ayer… parecía tan tranquilo, y tuvimos que hacer
una escabechina…
–Puede que
tengamos más suerte…
–No es
suerte lo que nos sobra… al menos de la buena…
El joven
dirigió su mirada hacia Sara y Vicky, que asistían a la conversación en
silencio. Bea sabía que todos acatarían su decisión, pero leyó en los ojos de
ambas una súplica callada. Tuvo que reconocer que seguir adelante era, cuando
menos, arriesgado, ya que cuando fuera noche más cerrada, deberían meterse en
algún sitio, y quizá no tuvieran mucho donde elegir. Accedió finalmente a la
reclamación de los demás.
–Esperad
aquí.
Comenzó a
acercarse al caserío, pero Toni, dejando a Juan en el suelo al cuidado de su
madre, le dio alcance. La agarró suavemente pero con firmeza por el brazo, como
otras veces.
–Creo que
olvidas quién es el explorador de la tribu…
–Estás
herido, Toni…
–Tonterías…
El joven
se aproximó a la casa, ya al alcance de ambos supervivientes, antes de que Bea
pudiera seguir poniendo objeciones. Como de costumbre, había empuñado su hacha.
Era un caserío de dos plantas más buhardilla, justo al lado de la carretera,
blanco, como la mayoría del lugar. No muy grande, no, al menos, el más grande
de cuántos tenían a la vista desde allí. Pero, si no tenía inquilinos, serviría
mejor a sus propósitos: más pequeño, mejor para inspeccionar y vigilar.
Las
ventanas de la planta baja tenían barrotes. Toni empujó con el pie una de las
puertas, mientras Bea, con el fusil encañonando al frente, le cubría. No pasó
nada. La enfermera se acercó más, protegiendo la entrada, en tanto el chaval se
adentraba en el caserío. Tras unos minutos de espera en tensión, volvió a
salir.
–Está
despejado. Solo hay un par de muertos en una habitación de arriba, pero
tranquila: están bien muertos…
Entraron
todos en la casa, atrancando la puerta desde el interior, y asegurando las
demás entradas. Buscaron algo para comer. No encontraron gran cosa, pero sí lo
suficiente para no desfallecer. Después, se reunieron en la cocina, y, aunque
también tenía hogar, no estuvieron tentados esta vez de encender fuego.
Tendrían que pasar la noche abrigados con las mantas que había en la casa.
Quizá no tuvieran más sobresaltos ese día…
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