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sábado, 20 de diciembre de 2014

Cuarta parte. Nueve. 3

Avanzaban con dificultad, a trompicones, dejando atrás la plaza mayor, que se había convertido en un horno terrorífico, en una gran brasería con carne quemada por todas partes. Los muertos ardían a cientos, incluso los que no estaban empapados de gasolina, porque el simple contacto de unos con otros, tan compactada estaba la masa de cadáveres, unido a la altísima temperatura del aire, era suficiente para que las ropas se incendiaran de manera casi espontánea.
Pero también algunos edificios estaban envueltos en llamas, en un baile macabro que hacía propagarse el incendio de una habitación a otra, de una casa a la siguiente. Ese era el espectáculo que Toni retenía en sus pupilas a medida que se alejaban del centro del pueblo. El tractor, conducido por un moribundo Txerran, se alejaba del infierno. Algunos muertos aún insistían en seguir tras su estela, y Bea y Toni practicaron la puntería con ellos. No sabían cuándo se detendría su marcha, y si el vasco aguantaría lo suficiente para alejarse a una distancia de seguridad de aquel horno, de modo que un muerto rematado era un muerto inofensivo, pensó Toni.
El tractor no iba demasiado deprisa, en parte por el estado en que debía de encontrarse el pobre y grandullón vasco, y en parte porque su velocidad máxima, en condiciones ideales, no sería, en ningún caso, mayor de 40 km por hora. Aun así, pronto dejaron de ver la zona caliente, mientras se adentraban por las calles adyacentes hacia la salida de Mungia.
De pronto, perdieron velocidad. El tractor rugía pero no avanzaba. Toni se volvió, sin perder de vista la última calle por la que habían avanzado. El tractor trataba de subir algo, porque se había inclinado ligeramente respecto a la horizontal, pero desde su posición en el remolque no podía ver de qué se trataba. El pesado vehículo intentaba avanzar, pero se paraba, y reculaba ligeramente. Tras varios intentos, se detuvo por fin, y el motor dejó de funcionar.
Sin pensárselo dos veces, Toni saltó al suelo y rodeó el remolque. Entonces lo vio. El tractor estaba subido a medias sobre una furgoneta que obstaculizaba el paso en la calle, y cuyo techo había cedido, hundido por el peso de las enormes ruedas. Sin embargo, o el tractor no había logrado superar el obstáculo, o al pobre vasco que lo conducía ya no le quedaban fuerzas para seguir insistiendo. Hasta allí habían llegado.
Toni subió los peldaños de la escalera y abrió la portezuela. El panorama era desalentador. Medio caído en el suelo, Txerran agonizaba. Un hilo de sangre brotaba de su boca por la comisura, en el lugar en que debería haber estado la punta de faria apagada. Su mirada, que se tornaba vidriosa por momentos, intentó concentrarse en el de Malasaña. Habló, pero su voz era apenas un susurro.
–Me dieron bien los cabrones, hijo…
El chaval se preguntaba cómo había podido resistir desde el disparo, con el paquete intestinal adornando el suelo de la cabina y la tremenda hemorragia que sufría. Sin duda, esos vascos eran de otra pasta. Bea asomó la cabeza por el hueco de la portezuela, y no pudo evitar un gesto de horror al contemplar la escena. Supo inmediatamente que no podía hacerse nada por el hombre, ni siquiera aunque hubiera tenido a mano su maletín, ni siquiera en un quirófano con media docena de cirujanos…
–¿Adónde vais?
El vasco todavía tenía fuerzas para hablar. Sin embargo, se estaba apagando muy deprisa. Apenas le quedaban unos segundos de vida. Su voz era casi inaudible, lo que obligó a Toni a inclinarse para acercar el oído a su boca. Bea le miró, y contestó.
–A Lemóniz…
–A Lemoiz… joder, si allí no hay nada… –Txerran hizo un esfuerzo descomunal para intentar incorporarse y poder, así, orientarse; levantó pesadamente el brazo derecho, señalando una dirección–. Por allí… cruzad la autovía y llegaréis a Erdigune, y después… luego… monte a través… es más seguro… Por ahí es…
Se derrumbó completamente, incapaz ya de soportar la terrible pérdida de sangre y las heridas de su vientre. Respiraba con dificultad, entre estertores. Agarró con su enorme mano el brazo de Toni. Aún pudo completar su despedida.
–Oye, hijo… no dejes que regrese, ¿vale? Vuélame la puta cabeza… ¡me cago en la hostia! –tuvo un acceso de tos sanguinolenta–. Tiene gracia la cosa… ¿sabes lo que significa Txerran?
Toni negó levemente con la cabeza. El vasco se iba por momentos. Con un hilo de voz, pudo finalmente decir:
–El diablo… es el puto nombre del diablo…


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